En su excelente ensayo sobre la intimidad (suplemento Ideas de La Nación. 25/04/2020) Santiago Kovadloff dice en la primera parte: En tiempo de pandemia con su carga de amenaza, temor, desconfianza, se altera el trato íntimo con nuestro propio cuerpo… dejo de reconocerlo, me resulta extraño. Deseo presentar aquí algunas reflexiones complementarias.
Toda vivencia es una impresión que personaliza, se vuelve propia. Hay tres vivencias claves del yo en su existencia fáctica de actual amenaza de enfermedad: vulnerabilidad, interdependencia y azoramiento. Y a la vez, diferentes formas de responder a esto.
La vulnerabilidad es lo que experimenta íntegramente la persona como desvalimiento en todas sus dimensiones a partir de comprobar que puede ser sujeto de una pérdida imprevista de su equilibrio psicofísico y espiritual.
Interdependencia es la consecuencia de sentir que nadie se “salva” solo, en un sentido integral, y de que la amenaza la tenemos y podemos controlar entre todos.
Azoramiento, eventualmente desorientación, es el aturdimiento que nos produce no conocer cabalmente el vector que nos acecha y el desafío que plantea generar respuestas adecuadas frente a esto en todas sus dimensiones, no solo en lo biológico.
Las respuestas de nuestro yo frente a estas vivencias son múltiples, variadas. Se destacan el temor, la angustia y la ansiedad. No voy a detenerme en esto, pero si resaltar que en todos los casos estas vivencias contienen un núcleo necesariamente positivo para la afirmación de nuestro ser más auténtico y que aún sentimientos negativos como los mencionados, en un determinado grado, ayudan a fortalecer la propia identidad.
No considero que en este contexto de pandemia se despersonalice la vivencia subjetiva de la corporeidad, aunque sí se pone a prueba; en términos de intimidad, la persona rearma singularmente y como puede su trato consigo mismo y con los demás.
La intimidad no se agota en sus aspectos de interioridad consciente que se relaciona con el mundo. En este ejemplo de la biología quiero presentar un modelo físicamente interesante de intimidad compartida. Nuestro organismo es simbiótico con millones de bacterias, hongos, virus. Convivimos, dormimos, comemos, nos enfermamos con ellos, y a veces por ellos. Desde un punto de vista filogenético, estos microorganismos nos han acompañado en el desarrollo de los caracteres evolutivos de nuestra especie. Por eso han asegurado la continuidad de la vida, han asegurado nuestra ontogenia. Por la biología del desarrollo hoy sabemos que no existiría nuestro sistema inmune, es decir no tendríamos defensas, si no dispusiéramos de una Microbiota a nivel de la mucosa intestinal. Más aún, el Microbioma (conjunto de genes bacterianos) está en todas partes, en el suelo, en los alimentos, y desempeña distintas funciones vitales, algunas esenciales para nosotros, como la fermentación y la síntesis de vitaminas.
No sentimos extraña esta intimidad biológica porque la asumimos como propia, nos constituye; sin embargo, está formada por actores diferentes. Lo que de alguna forma quiere decir que nuestra existencia “porta” en sí diferentes identidades que la configuran, en un balance armónico con la naturaleza.
La interdependencia en el mundo simbiótico de nuestro cuerpo conlleva la noción de vulnerabilidad, pero también de intercambio y de confianza. Cuando falla una de las partes se resiente la otra, sin embargo, estamos equipados en diferente medida con un soporte de comunicación e interacción permanente para responder a estos desafíos. La vida silenciosa que nos habita no nos abandona, trabaja junto a nosotros y nos ayuda en la adaptación.
En este último aspecto, la alostasis genera estabilidad a través del cambio. Este concepto de la fisiología pone énfasis en que el objetivo de la regulación no es la constancia de las variables, sino mantener la aptitud física en la selección natural. Considera un parámetro alterado, como la presión arterial elevada frente al estrés, no como una falla respecto a un punto de referencia fijo, sino como una respuesta adaptativa que busca un equilibrio. Entonces, si tenemos información que de alguna manera predice en parte un impacto determinado, por ejemplo esta pandemia, podremos desarrollar conductas para una adaptación más eficiente en todos los aspectos logrando objetivos de salud con mínimos costos. Desde los cuidados sanitarios, el estilo de vida saludable y el tratar de mantener la armonía, damos el marco adecuado para la plenitud de la respuesta alostática de nuestro organismo. Pero si esta respuesta es inadecuada o desproporcionada enferma. Cuando los sentimientos negativos se exacerban no funcionan como elementos de regulación, la hiper ansiedad no agrega nada a las señales de alerta que de por sí la ansiedad genera en el organismo para que nos cuidemos mejor frente a estos desafíos.
La fisiología, la economía, la intimidad psicoafectiva, todo se revisa en este cruce de orillas. El correlato de adaptación a situaciones adversas a un nivel psicológico y social es la resiliencia; por eso de alguna forma ambos modelos de respuesta integrados, la alostasis y la resiliencia, ofrecen la posibilidad de un entorno superador, revitalizante.
La amenaza puede ser muy crítica y en algún caso incontrolable. La humanidad parece sufrir ciclos históricos de purificación y nuevos alineamientos. Lo interesante es cómo convergen todos los elementos de la naturaleza en una espiral con capas en apariencia desordenadas pero con lugares asignados por un centro animador que les da sentido.
Revelaciones de la vida que al atravesarnos nos sorprenden. El ser humano cuenta con los recursos para navegar con los cambios que la naturaleza virulenta le confronta y exige en este tiempo. Nos reconoceremos de otra forma, pero siempre seremos nosotros mismos. Esto puede resignificar la esperanza si nos abrimos confiados a la vida y nos dejamos “enseñar” por los nuevos vientos que proponen otro contrapeso para optimizar nuestra navegación.
Hay un llamado a compartir la unicidad de la energía que impregna a los seres vivos. A proclamar que nunca hemos estado solos y que podemos asombrarnos porque, sin proposición, en el flujo luminoso de la existencia, somos capaces de rehacernos.
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Tomás Herrero. Abril 2020